Prólogo II

Por Salvador Dellutri
Este prólogo no puede ser imparcial. La razón es la
amistad de años que me une al autor, pero también
porque es el testimonio de una época y una épica de la
que también formé parte. Nuestra amistad con Juan
Pablo viene de lejos y, contra lo que muchos piensan,
no está hecha de una continua frecuentación, porque
no la necesita. Los dos sabemos que cuando necesitamos
una oreja para volcar nuestras dudas, penas
o problemas, o cuando necesitamos una ayuda para
seguir hacia delante, siempre puede contar con el
otro. Así hemos tejido a través del tiempo una amistad
sincera, hecha de coincidencias y discrepancias, que
generó la mutua deuda que cantara Alberto Cortés:
A mis amigos les adeudo la ternura
y las palabras de aliento y el abrazo;
el compartir con todos ellos la factura
que nos presenta la vida, paso a paso.
Creo en milagros es un libro testimonial, en el que
Juan Pablo cuenta con toda la precisión posible
de fechas, nombres y anécdotas, una etapa de nuestra
vida donde emergimos como una generación de
siervos del Señor que, con una visión amplia de los
cambios que se producían en la sociedad, se independizaban
de los incomprensibles caciquismos
que afectaban la marcha del pueblo de Dios para
servir al Señor. Éramos un grupo de pastores jóvenes
que buscamos la dirección del Señor en todas las
cosas y fuimos sorprendidos por la forma milagrosa
en que Dios protegió y bendijo nuestro ministerio.
Por eso lo acertado del título, porque experimentamos
los grandes milagros de Dios que abrió caminos
en el desierto y ríos en la soledad.
Tengo que confesar que cuando leí el primer
manuscrito quedé sorprendido al ver en conjunto
todo ese pasado y cómo la buena mano de Dios fue
moviendo las cosas. El Señor puso en Juan Pablo el
deseo de contar aquellas cosas que sucedieron para
ilustrar y estimular a las nuevas generaciones. El
objetivo del libro es muy claro: el autor quiere dejar
testimonio del poder y la bondad del Señor para con
sus hijos. Quiera Dios que los lectores se sientan
movidos a agradecer al Señor y estimulados a servirlo
con integridad. Si eso sucede creo que el anhelo y
las expectativas del autor estarán cumplidos.