A Noemí, mi compañera de toda la vida. No hubiera
podido vivir todo lo que cuento en este libro sino
fuera por su paciencia y apoyo insobornable. No
forman parte de este relato los momentos difíciles
de oposición y crítica que pasamos juntos, ni los
malos tiempos resultado de mis errores y flaquezas.
En todos los casos, Noemi siempre me respaldó,
me protegió y me consoló. No hubiera podido hacer
nada de lo que Dios me permitió hacer sin haberla
tenido junto a mi.
A mis hijos: Ezequiel, Sebastián y Marilina, y
Anabella, Julie y Willy. A mis nietos: Tomás, Timoteo,
Alondra, Trini, Lila y Nacho.
A los pastores de la Iglesia de la Puerta Abierta: a
los que se nos adelantaron, Miguel Fabiano y Carlos
Lovero, y a los que me acompañan hoy: Diego Asteita,
Jorge Saraví y Víctor Gastaldi, y a todos los líderes.
A la congregación de la Iglesia de la Puerta Abierta
que desde 1981 me reconoce como su pastor.
A mis amigos, que son legión y que no puedo mencionarlos,
aunque sé que se sienten aludidos.